viernes, 9 de diciembre de 2011

El tren a ninguna parte



El reloj de la estación marca 5 minutos para las 10. Él respira hondo y cargando su maleta, da el pequeño salto que separa el andén del tren. Una vez dentro, busca un compartimento  vacío. Siempre le gustó viajar solo, sentando al lado de la ventana y disfrutando del paisaje en soledad. El tren inicia lentamente su marcha, abriéndose paso entre la niebla que reina en la estación. Una vez sentado, se deja llevar de nuevo por sus pensamientos. Esos pensamientos que lo llevan martirizando demasiado tiempo. La vuelve a ver. Visualiza en su mente aquel cuerpo desnudo que acarició con sus dedos. Imagina aquellos oscuros y secretos rincones de su fisionomía que tantas veces besó prometiendo que allí anidaría. Ahora imagina a otro besando y acariciando ese cuerpo que él idolatró, y el mero hecho de pensarlo lo devuelve de nuevo a la más cruda realidad, transportándolo de golpe a ese compartimento de tren que se hace cada vez más pequeño hasta casi ahogarlo. El tren ha ganado velocidad y los paisajes se suceden en forma de destellos a través de la ventana. Una fina lluvia empieza a salpicar los cristales, desdibujando todas las formas al otro lado. Él se pregunta si llegará el día en el que las imágenes de sus recuerdos se desvanezcan de la misma manera que lo hacen los paisajes a través del cristal. Tal vez para ese entonces, él vaya a bordo de otro tren. Un tren mucho más acogedor que lo transporte a destinos felices. Mientras tanto, él sigue sentado en ese compartimento. En ese tren que lo lleva a ninguna parte.

1 comentario:

Natalia Huertas dijo...

Yo soy de las que piensan que el tren no sólo pasa una vez, y quizás perderlo te lleve a montarte después en uno mejor o más acogedor como dices (de alta velocidad, wifi y TDT :P )