lunes, 4 de agosto de 2008

Se fue la primavera


Aquel invierno llovió todos los días. Hasta las jodidas nubes parecían haber tomado consciencia de tu ausencia. Fue un invierno largo y amargo. Conviviendo en aquellas estancias en penumbra con cristales empañados y ceniceros llenos de colillas, en aquellos pasillos interminables hasta la soledad de mi cama, aquella cama ahora grotescamente gigantesca, aquellos cuadros al óleo que tú pintaste eran ahora más grises que nunca. Habían deslucido sus paisajes hasta minimizarlos a pequeños bosques de sombras.

El tiempo se paró. El día a día se convirtió en el segundo a segundo. Las agujas del reloj de la cocina se burlaban de mí, negándose a girar. Vivía dormido pensando en ti, llegando a ser un bosquejo de mí mismo. Solo el espejo me escupía las verdades, reflejándome un hombre patético, demacrado por el resentimiento. Me había convertido en el hombre de las sopas de sobre y los cigarros consumidos hasta quemarme el labio.

¿Dónde están ahora aquellas notas pegadas en el frigo diciéndome que habías salido y prometiéndome que volverías pronto?

Maldita zorra…